Un tema muy controvertido: mientras unos aseguran que no existe y que no se trata ni de una enfermedad, cada día se diagnostican más casos
La gran complejidad de la dolencia hace que haya opiniones para todos los gustos, y pocas evidencias científicas. Continua la investigación, pero la realidad es que cada vez hay más gente que se acoge a la enfermedad.
La sensibilidad química múltiple se entiende en nuestro país como una enfermedad des de 2014. Así como en otros países como Alemania, Japón o Austria también es reconocida como tal, en otros no. Se suele relacionar con la fatiga crónica, la fibromialgia y problemas más psicológicos como los trastornos obsesivos compulsivos o la depresión. En concreto, la podríamos definir como una enfermedad crónica que se caracteriza por que el organismo ofrece una respuesta negativa exagerada a determinadas sustancias del ambiente, de productos cotidianos, de los alimentos o el agua que no son de origen natural.
Estos componentes no están considerados tóxicos y están presentes en cantidades pequeñas en muchas situaciones de nuestra vida cotidiana. No acostumbran a presentar problemas para la mayoría de la población, al menos no directamente, pero sí que en muchos casos se consideran peligrosos a la larga o mezclados entre ellos. Muchos también apuntan como posibles causantes de enfermedades cada vez más frecuentes, como algunos tipos de cáncer, Alzheimer, etc.
Hablamos de elementos que podemos encontrar muy fácilmente en nuestro hogar, en el lugar de trabajo y en la calle: pinturas, productos de limpieza, cosméticos, fragancias, conservantes, etc. Los mismos a los que hacemos referencia cuando utilizamos nuestro lema #VivirLibreDeQuímicos. No los consideramos peligrosos y, por tanto, interactuamos con ellos a diario mientras nos van apareciendo diferentes síntomas que no sabemos relacionar.
La sensibilidad química múltiple se caracteriza por tener causantes de naturalezas muy diferentes, y presentar consecuencias también muy diversas. Los síntomas varían en intensidad, durada, origen i frecuencia, pero los más habituales acostumbran a empezar en el aparato respiratorio: sensación de taponamiento, tos, irritaciones, etc. Aunque también son muy comunes en el aparato digestivo (hinchazón, náuseas, síndrome del colon irritable…), la piel y/o neurológicos como la pérdida de memoria o concentración, así como la depresión y el insomnio.
Sobre todo, estos últimos son los más preocupantes ya que a medida que la enfermedad es más grave, la persona no se siente comprendida y debido a los brotes, va cogiendo una actitud de aislamiento de la sociedad. En muchos casos, los enfermos acaban perdiendo el trabajo y se sienten rechazados por la comunidad. Además, se gastan mucho dinero en productos especiales y terapias que los ayuden, y eso también les puede comportar problemas económicos.
No existe una cura para la dolencia. Sólo se pueden intentar aliviar los síntomas, intentando mejorar la calidad de vida de los pacientes y evitar tantas sustancias de este tipo como podamos. Esto es muy difícil ya que concentraciones muy pequeñas ya provocan reacción, y a menudo no se diagnostica en concreto de qué sustancia o sustancias se trata, ya que son muy diversas y afectan sistemas muy diferentes.
Por eso es muy importante seguir investigando esta enfermedad, e intentar deshacernos de tantos productos de este tipo como podamos. Podemos empezar utilizando productos de limpieza ecológicos y cosméticos naturales, así como intentando comer menos ultraprocesados.